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San Lucas
EL GRECO
Óleo sobre lienzo, 100 x 76 cms.
c. 1602-1605
Sacristía de la catedral, Toledo
Imagen: http://art-kingdom.com

El Greco tuvo que trabajar en una Toledo profundamente católica y encorsetada por el decoro tras las reformas que el arzobispo primado, Gaspar de Quiroga y Vela, llevó a cabo siguiendo los decretos del Concilio de Trento. Como personificación de la contrarreforma, y en claro enfrentamiento con el carácter iconoclasta del protestantismo, Quiroga impulsó el culto a los santos. Este hecho generó una amplia clientela que demandaba cuadros devocionales, convencidos de que los personajes sagrados representados en dichas obras intercederían ante Cristo por la salvación de sus almas. En este contexto, y como consecuencia de la ideología tridentina, resulta congruente que el cretense concibiera sus apostolados.

San Lucas no fue un apóstol, aunque El Greco lo incluyó en varios de sus apostolados, a veces sustituyendo a san Bartolomé. Médico de profesión, la historiografía se encargó de atribuirle algunos retratos de la Virgen María. En la presente obra, sostiene un pincel en su diestra, mientras que con la mano opuesta presenta un libro con el retrato de la Virgen. El vestido define el volumen corpóreo del santo, cuya figura de tres cuartos, herencia de los modelos bizantinos, aparece recortada sobre un fondo neutro con el típico cromatismo veneciano del cretense. La intensidad dramática viene acentuada tanto por la luz, que parece emerger del propio personaje, como por su rostro abstraído, que al mismo tiempo enfatiza la profundidad del retrato psicológico que bajo su prisma el candiota quiso reflejar.

Borja Raúl Bravo Cerrillo (alumno)


La Natividad
EL GRECO
Óleo sobre lienzo, 128 cms. de diámetro
c. 1603-1605
Hospital de la Caridad, Illescas (Toledo)
Imagen: http://www.funcave.org/

A finales del siglo XVI, el templo del Hospital de la Caridad, construido en Illescas por mandato del Cardenal Cisneros, se había quedado pequeño. Por ese motivo, en 1588 Nicolás de Vergara, maestro mayor de la catedral de Toledo, inició las obras de un nuevo santuario más capaz. Quince años más tarde, el Greco, por mediación de su hijo Jorge Manuel, recibió el encargo de decorar la Capilla Mayor, para la que efectuó cuatro lienzos de temática mariana y el célebre retrato de San Ildefonso.

Los tasadores nombrados por el hospital decidieron pagar a Doménikos la paupérrima cantidad de 2.410 ducados por su trabajo. Este hecho provocó un pleito que llegó hasta el Vaticano, y cuya causa se agravó por el incumplimiento del plazo de finalización del encargo por parte del artista. Tras un periodo tenso, se consiguió un acuerdo, realizándose una tasación intermedia de 4.000 ducados. No obstante, este capítulo afectó gravemente a la economía del pintor griego.

Entre las obras realizadas por El Greco en Illescas se encontraba La Natividad, concebida como una versión reducida de sus célebres y grandiosas epifanías ante los pastores. Se trata de una creación tardía, que presenta el nacimiento de Jesús en medio de un ambiente tenebroso sólo roto por la luz que desprende la figura del Niño. De este modo, el autor quiere dar a entender que con el nacimiento del Mesías la humanidad conoce la Luz Divina, y que es Cristo quien nos guía hacia el camino de la Verdad.

Javier Navarro Torres (alumno)


Diego de Covarrubias y Leyva
EL GRECO
Óleo sobre lienzo, 68 x 57 cm.
c. 1600
Museo del Greco, Toledo
Imagen: http://www.bozar.com/

El célebre arquitecto Rodrigo Gil De Hontañón fallecía en 1577 dejando casi concluida la obra de la catedral de Segovia. El edificio resultante era todo un desafío extemporáneo a los preceptos imperantes del Renacimiento; una mole híbrida, mucho más gótica que clásica, que se pavoneaba como una rara avis a apenas medio centenar de kilómetros del monasterio herreriano de El Escorial. Ese mismo año, recibía sepultura en la seo segoviana el cuerpo del obispo don Diego de Covarrubias y Leyva, un hombre destacado del siglo de Oro español, con un espíritu enérgico y humanístico que poco tenía que ver con el conservadurismo arquitectónico del templo. En vida, fue un hombre versado en leyes y teología, integrante de la llamada escuela de Salamanca y participante destacado en el concilio de Trento.  

El Greco admiró las creaciones arquitectónicas de Alonso de Covarrubias y entabló una buena amistad con su hijo Antonio. Sin embargo, nunca llegó a conocer a su hermano Diego, por lo que tuvo que realizar su retrato a partir de otro efectuado tres décadas antes por el valenciano Alonso Sánchez Coello. Lejos de copiar el original, el artista trascendió -no olvidó- los detalles más superfluos del atuendo clerical, adentrándose sin temor en la personalidad del representado. A través de una pincelada hábil y a una iluminación adecuada, transformó la frialdad del rostro en viveza y la sobria mirada en un espejo del ingenio, demostrando, una vez más, cómo algunos pequeños detalles pueden marcar diferencias abismales.

José Arturo Salgado Pantoja



San Ildefonso
EL GRECO
Óleo sobre lienzo, 187 x 102 cm.
1603-1605
Hospital de la Caridad, Illescas (Toledo)
Imagen: http://www.wga.hu

Esta representación de San Ildefonso no formaba parte del encargo inicial del Hospital de la Caridad de Illescas de 1603; sin embargo, a diferencia del resto de lienzos de la Capilla Mayor, sí es el único que ocupa su disposición originaria en el retablo lateral izquierdo. Para la representación del santo arzobispo, El Greco decidió no recurrir a la iconografía toledana habitual –la milagrosa imposición de la casulla por parte de la Virgen María–, sino que la resuelve de manera novedosa priorizando su labor como estudioso, escritor y teólogo.

La imagen se plantea como el retrato de un intelectual o de un humanista anciano en su studiolo, un espacio de trabajo íntimo y personal –sugerido por la estrechez del formato y la falta de profundidad en la composición– en el que redacta una de sus obras más prestigiosas: De virginitate Sanctae Mariae contra tres infideles, defensa de la virginidad de la Virgen en la concepción (Anunciación) y el parto (Natividad) que le llevó a ser declarado “Capellán de la Virgen” y el más reconocido teólogo mariano. De ahí la presencia de San Ildefonso junto a esos otros dos temas en el ciclo de Illescas.

El santo, con la pluma dispuesta a la escritura y la mirada vuelta, busca la inspiración en la propia imagen de la Virgen de la Caridad, situada en un lateral sobre una peana y bajo un tapiz a modo de baldaquino. La tradición atribuía esta talla a San Lucas, pasando de Antioquía a Toledo gracias a San Pedro. Posteriormente, la imagen habría llegado al oratorio particular de San Ildefonso, quien hacia el 636 hizo entrega de la Virgen al monasterio de religiosas Benitas que fundó en Illescas. 

El prestigio y la autoridad del teólogo vienen remarcados por la riqueza del color y de la puesta en escena, que El Greco, de manera anacrónica, ha hecho contemporánea suya: sillón y mesa revestidos de terciopelo carmesí con brocados de oro, la campanilla y los tinteros de plata –si bien en el tiempo de El Greco lo común hubiera sido de cerámica talaverana–, los libros… símbolos parlantes de una imagen única de San Ildefonso como estudioso. 

La National Gallery of Art de Washignton conserva una copia de menor tamaño (c1608) que, antes de llegar a esta institución, había permanecido a Jean François Millet y a Edgar Degas.

Fernando González Moreno



La coronación de la Virgen
EL GRECO
Óleo sobre lienzo, 163 x 220 cm.
1603-1605
Hospital de la Caridad, Illescas (Toledo)
Imagen: http://www.wga.hu

En 1603 El Greco recibió el encargo de dar forma a un retablo destinado a la Iglesia del Hospital de la Caridad de Illescas (Toledo) que debía estar dedicado a la Virgen de la Caridad. El trabajo comprendía la realización de las trazas arquitectónicas y la escultura decorativa del mismo. Igualmente, habría de crear dos retablos laterales así como cuatro pinturas: la Caridad, destinada al ático del altar principal, la Encarnación y la Natividad, ambas para los lunetos de los laterales de la bóveda y, finalmente, la Coronación de la Virgen, obra que nos ocupa y que estaba destinada a ser colocada en el centro de la bóveda del presbiterio, de ahí su forma ovalada.

El tema de la Coronación de la Virgen ya había sido tratado por el pintor anteriormente (véase las conservadas en el Museo del Prado o en el Museo de Santa Cruz de Toledo) pero en este caso lo abordó de una manera más sintética debido su formato. Representó a la Virgen acompañada únicamente de Dios Padre, de Cristo y de una corte de ángeles y querubines rodeando la escena a modo de gran rompimiento de gloria. Ella es la gran protagonista siendo el eje de la composición el cual se eleva verticalmente hacía la corona y la paloma de Espíritu Santo. Se trata de una escena de aparente estatismo roto por la disposición oblicua de los ropajes. Encontramos, igualmente, una marcada desproporción en las imágenes, lógica si tenemos en cuenta el lugar elevado para el que estaba destinada la obra.

Al inicio de la Guerra Civil esta obra fue depositada en los sótanos del Banco de España en Madrid con el fin de salvaguardarla. Cuando en 1937 se abrió la caja que la contenía la humedad había cubierto por completo la superficie pictórica. La recuperación fue ardua pero se consiguió devolver a la obra a su esplendor original mediante una laboriosa limpieza.

Silvia García Alcázar



Imposición de la casulla a San Ildefonso
EL GRECO
Escultura en madera policromada, estofada y encarnada, 87 x 110 x 20 cm.
1585-1587
Sacristía de la Catedral de Toledo
Imagen: Hispania Gothorum. San Ildefonso y el Reino Visigodo de Toledo, R. García Serrano com., catálogo de la exposición, Toledo, 2007, p. 567.

La sacristía de la Catedral Primada, además de una de las mejores colecciones pictóricas de El Greco, posee una de sus escasas obras escultóricas, procedente del desaparecido retablo que el mismo artista realizó para enmarcar su famoso Expolio, bajo el que se ubica. De composición ovalada, la talla reproduce el milagro de la aparición de la Virgen María a San Ildefonso para imponerle la casulla que, según la tradición aconteció en el espacio que ocupa la capilla de la Descensión, en la Catedral de Toledo. El prodigio fue consecuencia de la fervorosa devoción del santo prelado a la Madre de Dios y la defensa de su virginidad. Y, sus afirmaciones, fueron la base doctrinal sobre la que se apoyó la Contrarreforma para defender el dogma de la Inmaculada Concepción y la Asunción de la Virgen, cuestionadas por los reformistas. 

El Greco, al servicio de la Iglesia toledana, concede un lugar privilegiado a la Virgen en el centro de la escena, al tiempo que las nubes sobre las que descansa enfatizan su condición y el lugar del que procede, a costa de interrumpir el espacio terrenal. A pesar de ello, el artista intenta crear, en su única obra grupal documentada, una atmósfera envolvente, facilitada por la forma de la talla y la armonía de los colores en el conjunto, integradora de ambos mundos. De ese modo, los dos ángeles de los extremos que asisten a la Virgen en su cometido, pisan el mismo suelo que el prelado toledano, a pesar de su naturaleza. La pose de San Ildefonso y la expresión contenida de su rostro testimonian su aceptación y sentir religioso; la dalmática que luce sobre una túnica blanca y dorada, propia de los diáconos, su humildad y servicio a Santa María.

Sonia Morales Cano




Oración en el huerto
EL GRECO
Óleo sobre lienzo, 86 x 50 cm.
1600-05
Museo Diocesano de Cuenca (procedente de Las Pedroñeras)
Imagen: http://www.wga.hu/index1.html

El Greco, visto el éxito que había alcanzado con el Expolio (1577-79), supo derivar de éste otras obras de carácter pasional, de mediano y pequeño formato y con un fuerte carácter devocional con las que pudo atender a una muy amplia clientela. Son obras de catálogo en las que la intervención del Greco y de su taller es, según el nivel del mecenas y la cuantía a pagar, altamente desigual. Surgen así producciones “en serie” como los Cristo abrazado a la cruz (Metropolitan Museum of Art, New York, c1580; Museo Parroquial del Santísimo Cristo de El Bonillo, c1598-1602; Museo del Prado, 1600-05; etc.) o las diferentes versiones de la Oración en el huerto entre las que se encuentra la que ahora comentamos.

El pintor cretense abordó este tema tanto en formato horizontal (Toledo Museum of Art, Toledo, Ohio, c1590) como en vertical, siendo quizás la primera obra de esta índole el lienzo conservado en la Iglesia de Santa María de Andújar (c. 1600-05). En cuanto a la de Cuenca, posterior, aún siendo obra de taller, la intervención del maestro sigue predominando. 

Esta distribución en vertical remite a las estampas con el mismo tema de Durero (Pasiones grande y pequeña y Pasión al buril), con los apóstoles Pedro –en un escorzo que El Greco repetirá en su Laooconte (1610)–, Santiago y Juan dormidos en primer plano mientras que al fondo, sobre-elevado en la mitad superior de la imagen, queda Cristo reconfortado por el ángel que le presenta el cáliz. 

La pintura exalta la idea del sacrificio y de entrega de Cristo, cuya figura, etérea y como en éxtasis, destaca mediante el uso en su túnica del rojo pasional frente al dominio de una paleta de colores fríos; colores que, reforzados por la luz divina del ángel y por la nocturna de la luna que ilumina a los soldados guiados por Judas al fondo, ayudan a recrear una atmósfera onírica, irreal. Es éste un perfecto ejemplo de cómo El Greco, especialmente en sus últimos años, recupera técnicas aprendidas en su formación como pintor de iconos para, sacrificando la realidad de la representación, poder conseguir obras de mayor expresión espiritual.

Fernando González Moreno




Santiago el Mayor peregrino
EL GRECO
Óleo sobre lienzo, 123 x 70 cm.
1590-1595
Museo de Santa Cruz, Toledo
Imagen: Bizancio en España. De la Antigüedad tardía a El Greco, Miguel Cortés Arrese com., Catálogo de la exposición, Madrid, 2003, p. 299.

La parroquia de San Nicolás de Toledo tenía un retablo dedicado a Santa Bárbara, inventariado en 1808, que contenía la imagen esculpida de la mártir de Nicomedia flanqueada por los lienzos de San Agustín, con el santo de Hipona representado como obispo y doctor de la Iglesia, y San Francisco, reconocible por sus estigmas y hábito ceñido por el cordón de tres nudos; el ático estaba adornado con la representación de Santiago a la manera de peregrino en ruta: el bordón y las veneras lo identifican; a su vez, el libro que sostiene con la mano izquierda nos recuerda su misión. Los tres cuadros fueron depositados en el Museo parroquial de San Vicente y más tarde trasladados al de Santa Cruz.

Llama la atención que Santiago haya sido dispuesto sobre un pedestal, que contiene la firma del pintor, y en un nicho, como si se tratase de una estatua; un caso único en la obra de El Greco. Trabajo admirable, también, por su rigor plástico y la maestría del cretense en el tratamiento del color, al combinar con habilidad el rojo y blanco de la indumentaria de Santiago con el fondo dorado del nicho. Al igual que los santos citados, el apóstol es mostrado de cuerpo entero, canon alargado y rostro preciso, pero se distingue de ellos por su acusado sabor bizantino. Por el escorzo leve del apóstol, testimonio de espiritualidad, por su frontalidad e hieratismo, por su mirada acogedora, que ha llevado a los estudiosos a pensar en Cristo. Y por el fondo dorado que trae a la memoria los iconos; color compacto el oro, que aleja a los personajes de este mundo y los sitúa en un espacio trascendente.

Miguel Cortés Arrese


Cristo resucitado
EL GRECO
Talla policromada, 45 cm.
1595-1598
Museo del Hospital Tavera, Toledo
Imagen: Fundación Casa Ducal Medinaceli


Los verdaderos genios escapan de cualquier intento de clasificación. Su continuo afán por alcanzar un conocimiento humanístico, por explorar la entresijos del universo y por trascender la vulgaridad a menudo los convierte en incómodos para los mediocres y en peligrosos para los poderosos. Quizá por ello, afirmar que El Greco es un pintor parece simplista, casi eufemístico. Con apenas observar algunas de sus principales obras, el avezado espectador rápidamente descubre la personalidad de un artista culto, viajero y viajado, ecléctico y, quizá como consecuencia de todo ello, subversivo y transgresor.

El antiguo archivo del Hospital de San Juan, de Afuera o de Tavera, plagado de legajos y obras del Siglo de Oro, gira en torno a una mesa central sobre la que se eleva un grácil Cristo resucitado. Se trata de una de las creaciones del Doménikos Theotokópolos menos conocido; de ese talentoso y polifacético griego a veces eclipsado tras la paleta ácida, las veladuras y los lienzos de lino. La pieza formaba parte de un conjunto proyectado para el tabernáculo del templo hospitalario, nunca concluido, que también incluía cuatro doctores de la Iglesia, los santos Jerónimo, Gregorio, Ambrosio y Agustín, y un apostolado de mármol fingido. Esta talla policromada, la única que llegó a entregar El Greco, es una obra de canon manierista, muy próxima a los estilemas que el autor plasma en cuadros como La Resurrección del Museo del Prado. La figura de Cristo es vertical, tendente a lo elevado, mientras que sus carnaciones son sutiles y blanquecinas, casi inmateriales. Su desnudez evoca la de los dioses clásicos, mientras que su rostro sereno y su gesto decidido subrayan la existencia, dentro del mismo ser, de una doble naturaleza: la divina y la humana.

José Arturo Salgado Pantoja


Vista y plano de Toledo
EL GRECO
Óleo sobre lienzo, 132 x 228 cm.
h. 1608-1614
Museo del Greco, Toledo
Imagen: miratoledo.blogspot.com.es

La ciudad de Toledo, trastocada por El Greco a su antojo, sirve de telón de fondo en más de una ocasión a sus cuadros de devoción y a su Laocoonte. La muestra como tema independiente en su fantasmagórica Vista de Toledo y, en Vista y plano de Toledo, haciendo uso de la luz, colores suaves y cierta objetividad, la convierte en uno de los centros más emblemáticos del mundo: el pasado glorioso de Toletum lo proclama la personificación del Tajo, con un cántaro y una cornucopia colmados de prosperidad; la grandeza de la ciudad en su tiempo hace que los edificios de la Edad Moderna resten protagonismo a los del Gótico. Pero, con todo, proclama que es Sede Primada y su importancia eclesiástica a través del grupo celeste que acompaña a la Virgen en su descenso para imponer la casulla a San Ildefonso. Solo que, la relevancia de la catedral, cede paso al Hospital de Tavera, situado sobre una nube porque “venía a cubrir la puerta de Visagra”, según justifica la inscripción del detallado plano que muestra el joven muchacho al espectador, con la localización precisa, ahora sí, de todas las edificaciones. 

Al margen de esa aclaración, la extraña ubicación del Hospital de Tavera, en el que se ayudaba a bien morir, más bien parece ser una alabanza al administrador de esa institución caritativa: don Pedro Salazar de Mendoza, amigo y patrono del artista a quien, posiblemente, se deba este encargo. La obra, en conjunto, se muestra como “la ciudad del cielo y de la tierra” que visitó el escritor Rainer María Rilke en 1912 tras los pasos del Greco, con la belleza del paisaje de “un Toledo como las Venecias del siglo XV, con Cigarrales y Vega sustituyendo las lagunas, y con la casulla de San Ildefonso como escudo en vez del león de San Marcos”, en palabras de Manuel Cossío.


Sonia Morales Cano



Retrato del cardenal Juan Pardo Tavera
EL GRECO
Óleo sobre lienzo, 102 x 81 cm.
h. 1609
Museo del Hospital Tavera, Toledo
Imagen: www.espanolsinfronteras.com

Juan Pardo Tavera fue un gran humanista y benefactor de las artes, y desempeñó importantes cargos en tiempos de Carlos I: entre otros, el de arzobispo primado, inquisidor general o presidente del Concilio Real de Castilla. Sin embargo, demostró una gran humildad y generosidad, dedicando buena parte de su fortuna a obras de caridad. Su fundación más célebre fue el Hospital de San Juan Bautista, construido en Toledo a mediados del siglo XVI con la finalidad de procurar una curación física y espiritual a los pobres de la ciudad, ayudándoles, en caso necesario, a "bien morir".

La muerte sorprendió al cardenal en Valladolid mientras celebraba las exequias de la princesa María Manuela de Portugal (1545). Su rostro huesudo y cadavérico, cual mascarilla funeraria, fue inmortalizado en mármol por Alonso de Berruguete hacia 1561 y, medio siglo más tarde, por El Greco sobre un lienzo. Esta última obra presenta al prelado toledano ataviado como cardenal, dispuesto en tres cuartos de perfil y apoyando su mano izquierda sobre un libro cerrado. La composición muestra notables conexiones con la del San Jerónimo que el cretense realiza también hacia 1609 (Metropolitan Museum, Nueva York), si bien Tavera presenta, colocado sobre una mesa, el capelo cardenalicio. En ambas obras, los elementos más sobresalientes son, sin duda alguna, la potencia cromática del carmesí y la fuerza expresiva del rostro. 

José Arturo Salgado Pantoja


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