jueves, 23 de enero de 2014

La imposición de la casulla de San Ildefonso

EL GRECO
Escultura en madera policromada, estofada y encarnada, 87 x 110 x 20 cm.
1585-1587
Sacristía de la Catedral de Toledo
Imagen: Hispania Gothorum. San Ildefonso y el Reino Visigodo de Toledo, R. García Serrano com., catálogo de la exposición, Toledo, 2007, p. 567.

La sacristía de la Catedral Primada, además de una de las mejores colecciones pictóricas de El Greco, posee una de sus escasas obras escultóricas, procedente del desaparecido retablo que el mismo artista realizó para enmarcar su famoso Expolio, bajo el que se ubica. De composición ovalada, la talla reproduce el milagro de la aparición de la Virgen María a San Ildefonso para imponerle la casulla que, según la tradición aconteció en el espacio que ocupa la capilla de la Descensión, en la Catedral de Toledo. El prodigio fue consecuencia de la fervorosa devoción del santo prelado a la Madre de Dios y la defensa de su virginidad. Y, sus afirmaciones, fueron la base doctrinal sobre la que se apoyó la Contrarreforma para defender el dogma de la Inmaculada Concepción y la Asunción de la Virgen, cuestionadas por los reformistas. 

El Greco, al servicio de la Iglesia toledana, concede un lugar privilegiado a la Virgen en el centro de la escena, al tiempo que las nubes sobre las que descansa enfatizan su condición y el lugar del que procede, a costa de interrumpir el espacio terrenal. A pesar de ello, el artista intenta crear, en su única obra grupal documentada, una atmósfera envolvente, facilitada por la forma de la talla y la armonía de los colores en el conjunto, integradora de ambos mundos. De ese modo, los dos ángeles de los extremos que asisten a la Virgen en su cometido, pisan el mismo suelo que el prelado toledano, a pesar de su naturaleza. La pose de San Ildefonso y la expresión contenida de su rostro testimonian su aceptación y sentir religioso; la dalmática que luce sobre una túnica blanca y dorada, propia de los diáconos, su humildad y servicio a Santa María.

Sonia Morales Cano


martes, 21 de enero de 2014

Oración en el huerto

EL GRECO
Óleo sobre lienzo, 86 x 50 cm.
1600-05
Museo Diocesano de Cuenca (procedente de Las Pedroñeras)
Imagen: http://www.wga.hu/index1.html

El Greco, visto el éxito que había alcanzado con el Expolio (1577-79), supo derivar de éste otras obras de carácter pasional, de mediano y pequeño formato y con un fuerte carácter devocional con las que pudo atender a una muy amplia clientela. Son obras de catálogo en las que la intervención del Greco y de su taller es, según el nivel del mecenas y la cuantía a pagar, altamente desigual. Surgen así producciones “en serie” como los Cristo abrazado a la cruz (Metropolitan Museum of Art, New York, c1580; Museo Parroquial del Santísimo Cristo de El Bonillo, c1598-1602; Museo del Prado, 1600-05; etc.) o las diferentes versiones de la Oración en el huerto entre las que se encuentra la que ahora comentamos.

El pintor cretense abordó este tema tanto en formato horizontal (Toledo Museum of Art, Toledo, Ohio, c1590) como en vertical, siendo quizás la primera obra de esta índole el lienzo conservado en la Iglesia de Santa María de Andújar (c. 1600-05). En cuanto a la de Cuenca, posterior, aún siendo obra de taller, la intervención del maestro sigue predominando. 

Esta distribución en vertical remite a las estampas con el mismo tema de Durero (Pasiones grande y pequeña y Pasión al buril), con los apóstoles Pedro –en un escorzo que El Greco repetirá en su Laooconte (1610)–, Santiago y Juan dormidos en primer plano mientras que al fondo, sobre-elevado en la mitad superior de la imagen, queda Cristo reconfortado por el ángel que le presenta el cáliz. 

La pintura exalta la idea del sacrificio y de entrega de Cristo, cuya figura, etérea y como en éxtasis, destaca mediante el uso en su túnica del rojo pasional frente al dominio de una paleta de colores fríos; colores que, reforzados por la luz divina del ángel y por la nocturna de la luna que ilumina a los soldados guiados por Judas al fondo, ayudan a recrear una atmósfera onírica, irreal. Es éste un perfecto ejemplo de cómo El Greco, especialmente en sus últimos años, recupera técnicas aprendidas en su formación como pintor de iconos para, sacrificando la realidad de la representación, poder conseguir obras de mayor expresión espiritual.

Fernando González Moreno


Santiago el Mayor peregrino

EL GRECO
Óleo sobre lienzo, 123 x 70 cm.
1590-1595
Museo de Santa Cruz, Toledo
Imagen: Bizancio en España. De la Antigüedad tardía a El Greco, Miguel Cortés Arrese com., Catálogo de la exposición, Madrid, 2003, p. 299.

La parroquia de San Nicolás de Toledo tenía un retablo dedicado a Santa Bárbara, inventariado en 1808, que contenía la imagen esculpida de la mártir de Nicomedia flanqueada por los lienzos de San Agustín, con el santo de Hipona representado como obispo y doctor de la Iglesia, y San Francisco, reconocible por sus estigmas y hábito ceñido por el cordón de tres nudos; el ático estaba adornado con la representación de Santiago a la manera de peregrino en ruta: el bordón y las veneras lo identifican; a su vez, el libro que sostiene con la mano izquierda nos recuerda su misión. Los tres cuadros fueron depositados en el Museo parroquial de San Vicente y más tarde trasladados al de Santa Cruz.

Llama la atención que Santiago haya sido dispuesto sobre un pedestal, que contiene la firma del pintor, y en un nicho, como si se tratase de una estatua; un caso único en la obra de El Greco. Trabajo admirable, también, por su rigor plástico y la maestría del cretense en el tratamiento del color, al combinar con habilidad el rojo y blanco de la indumentaria de Santiago con el fondo dorado del nicho. Al igual que los santos citados, el apóstol es mostrado de cuerpo entero, canon alargado y rostro preciso, pero se distingue de ellos por su acusado sabor bizantino. Por el escorzo leve del apóstol, testimonio de espiritualidad, por su frontalidad e hieratismo, por su mirada acogedora, que ha llevado a los estudiosos a pensar en Cristo. Y por el fondo dorado que trae a la memoria los iconos; color compacto el oro, que aleja a los personajes de este mundo y los sitúa en un espacio trascendente.

Miguel Cortés Arrese


viernes, 10 de enero de 2014

Cristo resucitado

EL GRECO
Talla policromada, 45 cm.
1595-1598
Museo del Hospital Tavera, Toledo
Imagen: Fundación Casa Ducal Medinaceli



Los verdaderos genios escapan de cualquier intento de clasificación. Su continuo afán por alcanzar un conocimiento humanístico, por explorar la entresijos del universo y por trascender la vulgaridad a menudo los convierte en incómodos para los mediocres y en peligrosos para los poderosos. Quizá por ello, afirmar que El Greco es un pintor parece simplista, casi eufemístico. Con apenas observar algunas de sus principales obras, el avezado espectador rápidamente descubre la personalidad de un artista culto, viajero y viajado, ecléctico y, quizá como consecuencia de todo ello, subversivo y transgresor.

El antiguo archivo del Hospital de San Juan, de Afuera o de Tavera, plagado de legajos y obras del Siglo de Oro, gira en torno a una mesa central sobre la que se eleva un grácil Cristo resucitado. Se trata de una de las creaciones del Doménikos Theotokópolos menos conocido; de ese talentoso y polifacético griego a veces eclipsado tras la paleta ácida, las veladuras y los lienzos de lino. La pieza formaba parte de un conjunto proyectado para el tabernáculo del templo hospitalario, nunca concluido, que también incluía cuatro doctores de la Iglesia, los santos Jerónimo, Gregorio, Ambrosio y Agustín, y un apostolado de mármol fingido. Esta talla policromada, la única que llegó a entregar El Greco, es una obra de canon manierista, muy próxima a los estilemas que el autor plasma en cuadros como La Resurrección del Museo del Prado. La figura de Cristo es vertical, tendente a lo elevado, mientras que sus carnaciones son sutiles y blanquecinas, casi inmateriales. Su desnudez evoca la de los dioses clásicos, mientras que su rostro sereno y su gesto decidido subrayan la existencia, dentro del mismo ser, de una doble naturaleza: la divina y la humana.

José Arturo Salgado Pantoja